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Entrevistas con personas que han fallecido clínicamente y han vuelto para contarlo.
Graciela nació en Cuba hace 83 años. Creció en la isla, y después de vivir una vida plena en la que engendró varias hijas, el destino quiso que se quedara viuda.
Pasado un tiempo, Graciela atendió el ruego de sus hijas ya mayores, de que intentara rehacer su vida al lado de otra persona.
Después de algunas dudas cedió a sus deseos, y a través de una agencia internacional, conoció al que sería su nuevo esposo, un ciudadano español.
Por desgracia, el resultado no fue satisfactorio. Una vez casada en una ciudad del interior de España, Graciela se vió obligada a soportar todo tipo de tratos vejatorios, (psicológicos sobre todo, y a veces físicos), de los que ella no explicaba nada a su familia para no preocuparles, pero que le causaban gran sufrimiento.
Graciela aguantó ésta situación con resignación durante diez años, hasta que al fin, reunió el coraje suficiente para separarse de ese personaje sin alma y empezar una nueva vida, sola y lejos de su país natal y de sus familiares. Graciela empezó a vivir sola en un piso de protección oficial cedido por el ayuntamiento de esa ciudad.
A resultas del cambio de clima y de los maltratos del que fue su nuevo marido, su salud había quedado muy deteriorada.
Graciela había desarrollado un asma crónico diagnosticado por los médicos y que constaba en su historial clínico. Los ataques de asma la obligaban a medicarse sobre todo en ciertos periodos del año.
Una tarde del año 2008, cuando contaba con 70 años de edad, tuvo un ataque agudo repentino de asma seco, que casi la ahogó de forma instantánea. A duras penas consiguió que los vecinos la llevaran de forma urgente al hospital, donde llegó en muy mal estado. Una vez allí, y estirada en la camilla del box de urgencias, Graciela comenzó a intuir que algo no iba nada bien.
"Empezó a ver bolas negras (del tamaño de pelotas de balonmano), flotar por todo el cuarto. Ella intentaba cogerlas, aunque sin éxito. De pronto las bolas negras se convirtieron paulatinamente en la forma física de sus hijas, primero, de sus nietas, después, y por último de sus yernos, todos ellos residentes en Cuba en ese momento"
Hasta un total de 8 personas traslúcidas se reunieron en el box del hospital observándola. Sus hijas iban vestidas con mantillas negras, lo cual no era muy buen presagio, y su aspecto era triste y serio.
La doctora que la atendía en ese momento, vio los ademanes que la anciana realizaba y le preguntó:
- ¿Señora, qué está haciendo? A lo que Graciela le contestó
- Coger las bolas que flotan en el aire … ¿Usted no las ve?.
- No se preocupe, se lo debe estar provocando la fiebre – recuerda haber oído Graciela. De hecho fue lo último que oyó.
De repente perdió la conciencia, entró en parada cardiorrespiratoria, y se notó a sí misma succionada hacia arriba desde el ombligo. "Como si un gancho tirara de mí".
Su conciencia se separó de su cuerpo justo por ese punto, pero ya no vio nada más, solo experimentó un vacío enorme que únicamente era roto por la presencia a lo lejos de lo que parecía una puerta de color blanco.
Hacia ella se dirigió. Una vez allí llamó a la puerta, que parecía de lo más normal.
Desde dentro, alguien, una voz masculina, le dijo que se marchara de allí, que no podía entrar.
De carácter obstinado, Graciela consideró la situación de lo más injusto y gritó a ese desconocido…
-¡Abra usted la puerta! – la fuerza de su convencimiento hizo que la entidad que había al otro lado tuviera que abrirla. La figura que vió era la inequívoca y arquetípica presencia de un santo, un anciano alto con túnica y barbas, el cual parecía algo adusto e impaciente.
- "Usted no puede pasar porque su contrato no ha terminado". – fueron las poco amables palabras del anciano.
("¿Contrato?") pensó ella. Entonces Graciela reaccionó como si se tratase de una conversación perteneciente a la vida real cotidiana...
- ¿Contrato? ¿Qué contrato? ¡Si yo soy pensionista!- exclamó alarmada la anciana.
- Su contrato de vida - contestó tajante la figura – Aún no ha terminado.
- ¿Y quién es usted que no me deja pasar?- preguntó Graciela.
- Yo soy San Pedro - comentó el hombre sin decir nada más.
Bloqueada por esas palabras y sin que se le ocurriera qué decir, Graciela veía impotente como supuestamente San Pedro, (el cual aparecía efectivamente con sus llaves y con una túnica en tonos rosados), iba cerrando la puerta.Resignada, empezó a girar sobre sus pasos cuando percibió que el movimiento de la puerta se detenía, e incluso se abría de nuevo levemente lo justo para que San Pedro tuviera el espacio suficiente para dirigirle unas últimas palabras…
" - Y con usted ocurre que, además, tiene prórroga"
... le comentó enigmáticamente la presencia.
Justo en ese momento, Graciela notó que despertaba de forma instantánea dentro de su propio cuerpo.
Se había recuperado milagrosamente de su ataque, y lo que da mayor peso a la validez de esta historia, de forma absolutamente definitiva, recibiendo el alta pocos minutos después de despertar.
Su historial clínico demuestra que nunca más experimentó ningún otro episodio de esta índole después de años de padecer asma.
Lo que da valor y verosimilitud a la historia, es que los médicos no saben explicar a ciencia cierta, ni la causa de su asombrosa recuperación instantánea ni, por supuesto, el motivo por el cual parece que el asma ha abandonado definitivamente su presencia durante los 12 años transcurridos desde el incidente.
Cuestionada al respecto de qué ha cambiado en su vida después de éste curioso episodio, Graciela reconoce que, aunque en ningún momento experimentó ningún sentimiento de felicidad extrema, “porque ese hombre serio no llegó a dejarme entrar”, ni vio ningún túnel, ya no tiene ningún miedo a la muerte y que cada día le reza a la figura de San Pedro, para agradecerle que le diera otra oportunidad para poder terminar así “el contrato”.
LUIS BOLEDA: coordinador espiritual de FELITIA GLOBAL COACHING®, instructor en Mindfulness y autor del libro "La Wifi de Dios"
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