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A diferencia de los hinduistas que creen en la reencarnación del alma, y de los budistas que creen que lo que "renace", (no lo que "reencarna"), es algo llamado "Mente-muy-sutil", hoy en día a un católico no le está permitido creer en la reencarnación.
A la muerte del cuerpo físico, en el "Juicio Final", se decide si el alma va al Cielo (Paraíso) o al Infierno.
Esta negación de la reencarnación empezó inmediatamente después del Concilio de Nicea de Constantino I. A su finalización ya se sabía que "Creer en la reencarnación era pecado e iba en contra el dogma cristiano", pero era muy difícil cambiar lo que aún estaba en los genes espirituales de tantos cristianos primitivos.
Por ese motivo, el cristianismo no tuvo una postura consensuada sobre la reencarnación hasta el año 543 d.C fecha en que el emperador romano de Oriente Justiniano, decide unilateralmente eliminar cualquier referencia a la reencarnación del Antiguo y del Nuevo Testamento y celebrar otro concilio en Constantinopla para erradicar esa creencia.
Muchos historiadores creen que el emperador actuó así influido por Teodora, su mujer, exbailarina de teatro-circo y presuntamente, exprostituta.
El historiador Procopio de Cesarea, se despacha a gusto una vez muerta la emperatriz. Asegura que Teodora había sido prostituta en Alejandría, Pentápolis y Constantinopla, sin tener rango de Hetaira (una especie de geisha instruida en varias artes), sino sólo el de "cortesana común":
"Puesto que no sabía tocar la flauta o el arpa ni había sido enseñada a bailar, sino que simplemente entregaba su juventud en total abandono a todo aquél que la pidiera [...] Cualquier hombre respetable que se topaba con ella en el Foro, la evitaba y se retiraba a toda prisa, no fuera que pudiera contaminarse si tocaba su túnica"
A continuación Procopio pasa a enumerar su ansia de poder, nula compasión con los derrotados y los cientos de miles de víctimas que la ambición sin límites que Teodora y su marido Justiniano provocaron hasta el final de su reinado. La magnitud de las desgracias que esta pareja provocó fue de tal envergadura, que prácticamente significó la destrucción del Imperio Romano tal y como había sido conocido hasta entonces.
Firme seguidora de las creencias monofisistas del Egipto de la época, (país donde se vio abandonada por su amante de entonces, un alto oficial sirio casado, que la había traído allí desde Constantinopla), al volver a Constantinopla en extrema pobreza, Teodora conoció por casualidad a Justiniano, sobrino del emperador Justino.
Los monofisistas como Teodora, la futura mujer del emperador, creían que Jesús solo tenía naturaleza divina y no humana (justo lo contrario que Arriano). Para los monofisistas seguidores de Eutiques, después de la Encarnación, la humanidad de Cristo es en esencia distinta a la nuestra, sólo Jesús podía entonces resucitar y reencarnar, el resto no.
Aunque anteriormente el papa Leon I en el 4º Concilio Ecuménico celebrado en Calcedonia, declaró herejes a los monofisitas, las congregaciones egipcias no aceptaron la condena, lo que dio nacimiento a la actual Iglesia Cristiana Copta en el año 457 d.C, (unos 60 años antes de que Teodora se pasara por allí).
Era tal el amor que el futuro emperador sentía por su amante Teodora, que Justiniano consiguió de su tío Justino la derogación de la ley que impedía a las antiguas actrices o prostitutas contraer matrimonio con oficiales del imperio (puesto que el matrimonio no era consentido entre clases sociales diferentes). Más tarde, se casó con ella.
O sea, los "malpensados" (que creen que Justianiano derogó la creencia en la reencarnación debido a Teodora, ferviente monofisita), podrían tener razón, una hereje monofisita impuso su pensamiento anti-reencarnación a la ortodoxia imperante, cuyos representantes más queridos aún eran los "Padres de la Iglesia", Orígenes y Tertuliano, y cuya creencia en la reencarnación aún no habían sido prohibida expresamente.
Resumiendo una hereje monofisita consiguió declarar a su vez "hereje" el pensamiento general imperante.
Curiosamente, Procopio de Cesarea era también el escriba del general Belisario, mano derecha de Justiniano, al que califica de "cornudo", varias veces, puesto que su mujer Antonina tuvo muchos romances. Antonina, exprostituta y compañera de trabajo de Teodora, fue cómplice de la emperatriz en no pocas conjuras.
Procopio, ofreció hasta tres representaciones contradictorias de la Emperatriz Teodora en sus escritos por miedo al castigo que imponía la emperatriz a todo aquel que osara ofenderla.
Pero en su obra Historia secreta, (obra que estuvo perdida durante 1.000 años, hasta que se encontró una copia en los archivos Vaticanos y se publicó en 1623), presenta a una pareja imperial caracterizados como crueles, extremadamente corruptos, despilfarradores e inhumanos, influidos por las malas artes de la magia negra y del influjo del demonio.
De Teodora hace un retrato detallado y excitante de vulgaridad y lujuria insaciable, combinado con mal genio y calculada maldad (Procopio incluso clama que ambos eran demonios, y que la cabeza de Justiniano aparecía y desaparecía como un holograma, y que el emperador deambulaba por el palacio de noche sin nunca tener la necesidad de dormir, incluso que vivía casi sin comer).
En esos tiempos el Emperador Justiniano no era el Papa, pero como si lo fuera.
El mismo emperador Constantino retendría el título de pontifex maximus hasta su muerte, un título que los emperadores romanos llevaron como cabezas visibles del sacerdocio pagano hasta que Graciano el Joven (375–383) renunció al título.
En esa línea, Justiniano fue uno de los máximos exponentes del "cesaropapismo", es decir, líder en los dos mundos, el material y el espiritual, imponiendo sus creencias y modificando los dogmas de la iglesia primitiva siempre que lo creía necesario para sus intereses.
Por esta razón, por los numerosos terremotos durante su reinado, por la "peste de Justiniano" terrible plaga que azotó el mundo conocido durante su reinado, por un cambio climático que asoló el planeta (el sol iluminó solo débilmente durante 2 años, el 535 y el 536 d.C, arruinando toda cosecha, seguramente debido al polvo levantado por la caída de un meteorito), y por los tremendos impuestos con los que asoló a su propio pueblo para sufragar sus interminables campañas de "reconquista de territorios", Justiniano fue uno de los emperadores más odiados y temidos por sus propios ciudadanos, llegando a provocar una revuelta popular liderada por Belisario, (su general favorito y principal responsable del éxito militar de Justiniano).
A punto de huir, Justiniano es convencido de que se quede gracias a un discurso de Teodora. Al final, dicha revuelta fue ahogada en sangre por Teodora matando a más de 30.000 personas.
Luis Boleda es el coordinador espiritual de FELITIA GLOBAL COACHING®, instructor en Mindfulness y autor del libro "La Wifi de Dios"
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